Una reina sin corona
Y sabía qué cosa es una batalla ( … )
Jorge Luis Borges.
Las guerras y la muerte son figuras lejanas en la imaginación de los niños hasta que…
Silvina tenía poco más de siete años cuando su maestra les pidió que escriban una carta para los soldados que estaban luchando en la guerra de Malvinas. Silvina sentía por las noches el frío de unas islas tan lejanas como lo había sido la guerra hasta ahora.
Tenía la sensación de que se le congelaban los pies aun estando abrigada en su cama cuando imaginaba a los soldados desamparados, con miedo y sin la contención que ella encontraba en su casa. Se dormía rezando por ellos.
La guerra dejó de ser un recuerdo sombrío evocado por su Nonno. La guerra entraba en su aula cuando las maestras la hacían esconder abajo del pupitre, cerraban las ventanas y apagaban las luces. La guerra acallaba sus juegos si alguien importante aparecía hablando en el televisor.
Silvina vio muy de cerca el dolor por la pérdida de los caídos. Silvina no logró comprender pero sintió la gravedad del asunto. Y así la guerra pasó a ser una realidad que Silvina relacionó con cascos, tabletas de chocolate, frazadas donadas, aviones llenos de soldados que veía grandes y cartas como la suya que en letra manuscrita, pequeña, redonda y prolija dice así:
“Queridos soldados: les mando esta carta porque quiero que se queden contentos. En el colegio juntamos muchas cosas, espero que les gusten. No tengo nada más que contarles. chau. Y me llamo silvina croccetti”.
Silvina sabía que contarles algo banal sería egoísta y cruel. Contenida por los límites de su imaginación vivió la guerra con ellos.
Hace un tiempo, motivada por las preguntas de sus hijos que hoy aprenden sobre la guerra desde el recuerdo, tuvo la necesidad de acercarse a un centro de Ex combatientes y entregar la carta a uno de ellos. Emocionada, pudo agradecer y hacer llegar el calor que con tan sincera intención había depositado en cada palabra.
Recuerda el momento en que, acostada en la alfombra de su habitación, tomó la pluma… Finalmente, amarilleada por el paso de treinta y cinco años la carta llegó a destino. Ahora al menos un soldado tiene una mirada distinta de su recuerdo.